martes, 13 de abril de 2010

Pulgar

El origen del nombre de esta villa (cuna del insigne Hernando del Pulgar) se remonta a la reconquista de Toledo por parte de Alfonso VI. La villa quedó conquistada pero los alrededores seguían siendo tierra de escaramuza y arranque entre musulmanes y cristianos. Fue por eso que las cabezas pensantes de la Corte decidieron fortificar los alrededores de Toledo, y no sabiendo cómo hacerlo pidieron consejo a los sabios del lugar. Uno de ellos (cuyo nombre se ha perdido, lamentablemente) puso su mano sobre el mapa, tapando la ciudad de Toledo con la palma de la mano y señalando en la punta de cada dedo el lugar donde había que construir una pequeña fortificación, fue así como se edificaron cinco pequeños castillos denominados, por lo gracioso de su origen: Meñique, Anular, Corazón, Índice y Pulgar.
De aquellas fortificaciones la que perduró por su importancia fue la de Pulgar, a cuyo alrededor floreció un pequeño pueblo que tomó, del castillo, su nombre. Y así hasta hoy.
Y por hoy vale.

Solanillos del Extremo

Estaba yo preparado para hablar de otra toponimia en A vivir que son dos días Castilla La Mancha, cuando don Juan me habló de un coleccionista de topónimos raros que había iniciado su colección con el nombre de un pueblo de Guadalajara llamado Solanillos del Extremo, me preguntó si conocía el origen de este nombre y, evidentemente, dije que sí.
Aquí va:
Hace ya unos años, muchos, que este pueblo languidecía y tras una lluvia de ideas decidieron poner en marcha una propuesta interesante: crear un objeto que se pusiera de moda y tuviera mucha demanda, algo que sólo se fabricara en ese lugar. Tras largas deliberaciones inventaron un tipo de anillos que se ponían en el extremo del dedo, en la primera falange. Los llamaron "anillos del extremo del dedo" y para dar ejemplo los habitantes del lugar llevaban sólo anillos del extremo, y pronto fueron conocidos (ellos y el pueblo) como el de Soloanillos del Extremo, de ahí el nombre.
La idea funcionó un tiempo y floreció una industria de anillos de extremo (o de frontera), aunque la moda pasó porque resultaban incómodos de conservar en el dedo, en cuanto uno se descuidaba el anillo se caía. Así pues, de aquella idea original hoy sólo queda el nombre del pueblo, la ruina de alguna que otra fábrica de anillos y el hábito de los lugareños por llevar los anillos de esa peculiar manera.
Por hoy vale.