jueves, 2 de junio de 2011

Calaceite (Teruel)

Teruel es una provincia llena de pueblos con nombres extraordinarios, citaremos uno que haga de botón de muestra, un pueblecito llamado Cosa, qué cosa, eh.
Hay también otro pueblo sobre el que hablaremos hoy que se denomina Calaceite (hermoso pueblo, toda una sorpresa para quien llega al lugar sin haberse informado antes). Dicen los sabios del terruño que el origen del nombre es árabe (Qal'at Zayd), que viene a significar Castillo de los Zayd, porque en lo alto del cerro que domina el pueblo había un castillo que pertenecía a esa familia, los Zayd (como quien dice los Pérez árabes).
Obviamente esta posibilidad es demasiado simple, hay que indagar un poco más, hundir las manos en la tierra, pasear por sus callejas, desempolvar los archivos y husmear entre los recovecos de la historia.
Hace años Sandro Weltz afirmó que el nombre del lugar era debido a que donde hoy está la parte moderna de la villa había antes una pequeña playita de aceite (en vez de agua salada), conocida como la cala de aceite. Una tontería supina más de don Sandro, que si hubiera ido allí habría visto que no existía rastro ninguno de cala ni de aceite (vamos, el suelo no resbala de ninguna manera).
Pedro Cabdal, discípulo mío que fue hasta que dejó de serlo, ha hecho algunos pinitos en esto de las toponimias y afirma que el nombre de Calaceite proviene de la industria textil de la zona, famosa por las telas excepcionales que fabricaban y en las que el aceite no calaba. Una idea interesante pero indemostrable y que, sobre todo, no da explicación del nombre del pueblo, pues si fuera cierta esta teoría el lugar debería llamarse Nocalaceite.
El verdadero origen del nombre del pueblo se debe a un famoso alquímico y nigromante árabe llamado Ibn Zayd Itaff, que descubrió la manera de convertir la cal en aceite. El invento le dio fama por todo el orbe conocido y de todos los lugares venían sabios, curiosos, comerciantes, despistados, pícaros... Así pues el pueblo se hizo rico gracias al continuo tráfico de gentes y decidió cambiar su nombre original por Calaceite, para que no hubiera duda ninguna sobre de dónde provenía el milagro de transformar la cal en aceite.
Ibn Zayd Itaff fue tan meticuloso con su secreto (no lo desveló ni a su madre) que se lo llevó a la tumba. Tras su muerte la fama del lugar pervivió por siempre en el nombre y el recuerdo del esplendor y la edad dorada de la villa se mantienen todavía en la majestuosidad de sus calles y edificios.
Hay escritos varios que hablan de las calidades y virtudes de aquel aceite extraordinario. Tentados estamos de irnos allí a vivir y tratar de rehacer la hazaña del calaceitismo para que la cal vuelva a poder convertirse en aceite. Y si no lo logramos, al menos podremos pasear por sus hermosas calles y comer judías con sardinas, que no es poco.
Por hoy vale.