jueves, 21 de octubre de 2010

Villalpardo (Cuenca)

Este pueblo notable de la provincia de Cuenca tiene historias varias sobre el origen de su nombre.
Lo cierto es que son muchos los estudiosos que afirman que el pueblo tenía un cierto parecido al palacio real de El Pardo, y que por eso se denominó, desde un primer momento, Villa El Pardo. Pero qué quieren que les diga, yo he estado en El Pardo y en Villalpardo y no se parecen en nada, dónde va a parar: Villalpardo es mucho más bonito.
Otros estudioso, especialmente Sandro Weltz, aseguran que el nombre del pueblo es debido a que en sus alrededores se encontró una puerta que comunicaba directamente con los Infiernos (igual que la de San Patricio de la Irlanda medieval), y que debido a los humos y gases continuos los habitantes del lugar siempre tenían un cierto colorcillo pardo, por eso al pueblo se le denominó Villadepardos, que con el tiempo pasó a ser Villalpardo. Esta teoría es bastante inconsistente, de hecho si fuera cierta seguiría habiendo habitantes parduzcos, y yo, que repito que he ido al pueblo, no he visto a ninguno. Ni pardusomes, ni fumarolas ni puertas infernales. Es más, los habitantes del pueblo son tan poco diabólicos, tan poco cercanos al infierno, tan buenos (¡TAN BUENOS!) que tienen una historia al respecto (que recojo más abajo).
Lo cierto es que el nombre del pueblo está bastante claro para todo aquel que lo haya visitado. El origen de la toponimia es debido a la costumbre de todos sus habitantes de ir siempre en pareja, de ir en Bis, En Par, En Dos, así pues el nombre del lugar, originariamente, era BisParDos, que con el paso de los siglos se fue deturpando (tratando de comprenderlo) y evolucionó: BisParDos > VillParDos > Villapardos > Villalpardo.
Si visitan alguna vez el pueblo observen que todo el mundo va en pareja, no hay un solo habitante que camine o haga nada solo. Es un canto al binomio perpetuo.

LA HISTORIA SOBRE LOS BUENÍSIMOS HABITANTES DE VILLALPARDO

Dicen que en Villalpardo los niños y las niñas eran tan buenos que sus padres nunca tenían que regañarles. Se levantaban solos por las mañanas, preparaban sus desayunos, se vestían y lavaban y hacían sus camas y ordenaban sus cuartos antes de ir al colegio. Luego en la escuela todos los deberes estaban hechos, las lecciones aprendidas y la letra siempre limpia. En el recreo jugaban y nunca discutían ni se manchaban y en todo momento eran amables, educados y comprensivos. Era tanta la bondad de los niños y niñas de este pueblo que daba mucha grima. Por eso el alcalde y las asociaciones de vecinos decidieron mandar a los niños y niñas a otros pueblos para que vieran cómo era la infancia en otros lugares, y sobre todo para que aprendieran a ser un poco malos y se mancharan algo, y gritaran, y llevaran la cara sin lavar y los deberes sin hacer al menos un día. Pero los niños y niñas de Villalpardo, aunque recorrieron medio mundo tratando de aprender a ser malos, no lo consiguieron, volvieron a su pueblo, a sus casas, a sus calles, y seguían siendo buenísimos. Aun así a veces intentaban ser algo malos y de pronto se oía a un niño decirle a otro: ¡calabacín!, y entonces en el recreo se hacía un silencio grande, tenso, que enseguida se resolvía cuando el interpelado contestaba: ¡y tú merluzo! Y ya todos se quedaban muy tranquilos pues alguien había sido malo en el pueblo en ese día.

Y por hoy vale

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