miércoles, 11 de abril de 2012

Lerma

Aunque los historiadores afirman que el origen del nombre de esta villa hunde sus raíces en la noche de los tiempos celtibéricos y por lo tanto prerromanos, yo puedo afirmar con conocimiento de causa que esta es una de esas frases hueras que rápidamente se aplican para tapar las vergüenzas de la ignorancia y la pereza, porque otra ciudad no habrá en España cuyo topónimo no sea tan preclaro como el de Lerma.
La historia comienza lejos, pero no tan lejos como aseguran algunos (entre ellos nuestro conocido aunque no querido Sandro Weltz), concretamente en los estertores del S. XVII, cuando Felipe III otorga a Francisco Gómez de Sandoval y Rojas Borja el título de Duque del lugar.
Don Francisco, abrumado por tamaña gracia real, quiere hacer algo notable y construye un enorme palacio en el que trata de recopilar todos los conocimientos del mundo para así revivir el espíritu de Alfonso X el Sabio y ponerlo al servicio y beneficio de su monarca. Para ello ordena construir una gigantesca biblioteca (que a la sazón acabará por ocupar todo el palacio, incluidos aljibes y cámaras) con todos los libros de los que pudo disponerse en la época.
Una vez conseguidos ejemplares de todos los volúmenes prácticamente impresos hasta el momento en el mundo, a don Francisco le entró el frenesí por, además de poseerlos, leerlos. Y comenzó una febril lectura de su colección completa. Tarea inhumana que le secaría el cerebro (como a otros afamados y chiflados lectores) y terminaría por acabar con su vida y que le llevaría a repetir, obsesivamente, hasta en sus últimos instantes: leer más, leer más, leer más...
En honor y como recordatorio de tan notable vasallo, el rey decidió cambiar el nombre del lugar y del ducado por el de Leermas, que con el paso de los años quedó en el apocopado Lerma (que no leer menos).
Y esta toponimia la traigo a cuento de ser este el mes de abril, mes del libro donde los haya, para dar noticia y aviso de su peligro y lo nocivo de su adicción.
Por hoy vale.

jueves, 2 de junio de 2011

Calaceite (Teruel)

Teruel es una provincia llena de pueblos con nombres extraordinarios, citaremos uno que haga de botón de muestra, un pueblecito llamado Cosa, qué cosa, eh.
Hay también otro pueblo sobre el que hablaremos hoy que se denomina Calaceite (hermoso pueblo, toda una sorpresa para quien llega al lugar sin haberse informado antes). Dicen los sabios del terruño que el origen del nombre es árabe (Qal'at Zayd), que viene a significar Castillo de los Zayd, porque en lo alto del cerro que domina el pueblo había un castillo que pertenecía a esa familia, los Zayd (como quien dice los Pérez árabes).
Obviamente esta posibilidad es demasiado simple, hay que indagar un poco más, hundir las manos en la tierra, pasear por sus callejas, desempolvar los archivos y husmear entre los recovecos de la historia.
Hace años Sandro Weltz afirmó que el nombre del lugar era debido a que donde hoy está la parte moderna de la villa había antes una pequeña playita de aceite (en vez de agua salada), conocida como la cala de aceite. Una tontería supina más de don Sandro, que si hubiera ido allí habría visto que no existía rastro ninguno de cala ni de aceite (vamos, el suelo no resbala de ninguna manera).
Pedro Cabdal, discípulo mío que fue hasta que dejó de serlo, ha hecho algunos pinitos en esto de las toponimias y afirma que el nombre de Calaceite proviene de la industria textil de la zona, famosa por las telas excepcionales que fabricaban y en las que el aceite no calaba. Una idea interesante pero indemostrable y que, sobre todo, no da explicación del nombre del pueblo, pues si fuera cierta esta teoría el lugar debería llamarse Nocalaceite.
El verdadero origen del nombre del pueblo se debe a un famoso alquímico y nigromante árabe llamado Ibn Zayd Itaff, que descubrió la manera de convertir la cal en aceite. El invento le dio fama por todo el orbe conocido y de todos los lugares venían sabios, curiosos, comerciantes, despistados, pícaros... Así pues el pueblo se hizo rico gracias al continuo tráfico de gentes y decidió cambiar su nombre original por Calaceite, para que no hubiera duda ninguna sobre de dónde provenía el milagro de transformar la cal en aceite.
Ibn Zayd Itaff fue tan meticuloso con su secreto (no lo desveló ni a su madre) que se lo llevó a la tumba. Tras su muerte la fama del lugar pervivió por siempre en el nombre y el recuerdo del esplendor y la edad dorada de la villa se mantienen todavía en la majestuosidad de sus calles y edificios.
Hay escritos varios que hablan de las calidades y virtudes de aquel aceite extraordinario. Tentados estamos de irnos allí a vivir y tratar de rehacer la hazaña del calaceitismo para que la cal vuelva a poder convertirse en aceite. Y si no lo logramos, al menos podremos pasear por sus hermosas calles y comer judías con sardinas, que no es poco.
Por hoy vale.

martes, 15 de febrero de 2011

Cabanillas del Campo (Guadalajara)

Dicen los habitantes del lugar que el nombre proviene de que había unas pequeñas cabañas en el campo y alrededor se fue construyendo el pueblo que pasó a ser conocido como Cabañitas del Campo. Y de ahí a Cabanillas del Campo, un suspiro.
Sin embargo hay que profundizar un poco más en el origen de las palabras para llegar a la verdad del asunto.
Cabanillas forma parte de la comarca de la Campiña, y, fíjense, suena casi igual: Cabanillas-Campiña, de hecho, como habrá deducido el avieso lector, la lectora aviesa, tienen su origen en una misma palabra, concretamente: Canbaniyah, palabra árabe que proviene de la Campania latina (de donde viene el nombre de la comarca francesa de la Champagne), y que significa, campo.
Así pues, en el nombre de Cabanillas del Campo, situado en la Campiña, y donde se bebe de vez en cuando champaña, hay cuatro campos juntos: Cabanillas de Canbaniyah; del Campo, del campo con mayúscula; en la Campiña, que también es campo. Y lo del champaña, pues así son las cosas.
De donde se deduce que el lugar era puro campo y recampo. Y sólo hay que pasear ahora por sus calles para ver que del campo sólo que da el nombre (duplo, o triplo), el mero nombre.
No es el primer caso que registramos de nombre duplicado, Cabanillas del Campo significaría campo del campo, como Vall d'Arán significa valle del valle, pues arán, en aranés, significa también valle.
Por hoy valle.

martes, 21 de diciembre de 2010

Pantoja (Toledo)

El nombre del pueblo es muy antiguo, más antiguo que el mismo pueblo.
Sucedió que en tiempo de griegos había un muchacho de familia pudiente al que todo se le encaprichaba y todo le apetecía, uno de esos de culo veo culo quiero. La vida al lado del mozo era un suplicio: quiero esto, quiero lo otro, quiero lo de más allá... y si no lo conseguía, berrinche que te crió a pesar de los treintaymuchos que ya calzaba.
Por eso un día sus padres decidieron fundar una villa en la que hubiera todo lo que este muchacho pudiera desear, cualquier cosa que se le pudiera antojar. Así pues, para cubrir cualquier cosa que se le antojara, es decir, todo antojo, nació este pueblo. Como todo en griego se dice Pan, pues al lugar se le llamó PanAntoja (todo-lo-que-se-le-antoja).
Así fue cómo nació PanAntoja, al gusto y capricho de aquel mozo griego. Con el paso de los años PanAntoja se amalgamó en una palabra más redonda y con menos rebote nasal: Pantoja. De aquel mozo caprichoso queda apenas el recuerdo, hoy el lugar es tierra hospitalaria, generosa y llena de buenas gentes amantes de los cuentos y el buen yantar.
Y por hoy vale.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Tres Cantos (Madrid)

Sobre la toponimia de este pueblo hay poco escrito, eso siempre es una mala señal: o porque se cree haber dado con la clave o porque a nadie interesó el asunto. Hoy trataremos de incrementar en unas cuantas líneas los fondos toponímicos del lugar.
Dicen que el nombre del pueblo se debe a que en el lugar, y antes de los primeros pobladores, había tres enormes peñascos divisables desde bien lejos. Eso dicen. Pero si uno pasea por la ciudad no encontrará nada parecido a tres gigante piedras descollando sobre el skyline.
Otros afirman que sí, que son tres cantos, pero no enormes, sino que había sido un regalo de un rey a un súbdito, te daré, dijo el rey, tanta tierra como seas capaz de abarcar con tres cantos. El noble tiró tres piedras, una detrás de otra, y la extensión entre las tres piedras fue el lugar donde nació el pueblo. Pero esto parece más una leyenda que una certeza.
Hay eruditos que afirman (entre ellos Sandro Weltz) que el origen del nombre tiene que ver con los Tres Tenores, que anunciaron que cantarían en un campo yermo, dando la posición exacta en grados de latitud y longitud. La gente, ansiosa por escucharles cantar, fue reuniéndose en el lugar, pero como no llegaban pues se montaron unas tiendas de campaña, que luego fueron unas cabañas de madera, que luego fueron unas pequeñas construcciones de ladrillo, que acabaron por ser edificios y calles y parques... todo esto con el paso de los años. Y como el que espera no desespera, resultó que al final los Tres Tenores llegaron y echaron tres cantos y ya.
Pero por más que busco en las hemerotecas no hallo noticia ninguna sobre la presencia o ausencia de los tres tenores en el lugar. Así pues desechamos esta sabrosa toponimia.
Lo cierto es que el lugar se llama así porque se tarda en recorrerlo andando lo que duran tres cuentos, desde una punta a la otra, caminando, son tres cuentos justos. De ahí el nombre: Tres Cuentos, que con el paso de los años acabó en Tres Cantos porque había gente que hacía los cuentos cantados.
Si no lo creen no tienen más que ir al lugar y ponerse a andar y a contar.
Por hoy vale.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Pozuelo (Albacete)

Hay un pueblo en Albacete que se llama Pozuelo.
Los eruditísimos y muy sabios dicen que es porque en el lugar había un pozo pequeñajo. Sería demasiado fácil.
La historia es muy otra.
El abuelo al morir se convirtió en pozo, un pozo del que manaba un agua fresquísima y muy sana. Al dicho pozo lo conocieron pronto como el pozo-abuelo, que con el paso de los años se amalgamó en pozobuelo > pozuelo.
Por hoy vale.

jueves, 21 de octubre de 2010

Villalpardo (Cuenca)

Este pueblo notable de la provincia de Cuenca tiene historias varias sobre el origen de su nombre.
Lo cierto es que son muchos los estudiosos que afirman que el pueblo tenía un cierto parecido al palacio real de El Pardo, y que por eso se denominó, desde un primer momento, Villa El Pardo. Pero qué quieren que les diga, yo he estado en El Pardo y en Villalpardo y no se parecen en nada, dónde va a parar: Villalpardo es mucho más bonito.
Otros estudioso, especialmente Sandro Weltz, aseguran que el nombre del pueblo es debido a que en sus alrededores se encontró una puerta que comunicaba directamente con los Infiernos (igual que la de San Patricio de la Irlanda medieval), y que debido a los humos y gases continuos los habitantes del lugar siempre tenían un cierto colorcillo pardo, por eso al pueblo se le denominó Villadepardos, que con el tiempo pasó a ser Villalpardo. Esta teoría es bastante inconsistente, de hecho si fuera cierta seguiría habiendo habitantes parduzcos, y yo, que repito que he ido al pueblo, no he visto a ninguno. Ni pardusomes, ni fumarolas ni puertas infernales. Es más, los habitantes del pueblo son tan poco diabólicos, tan poco cercanos al infierno, tan buenos (¡TAN BUENOS!) que tienen una historia al respecto (que recojo más abajo).
Lo cierto es que el nombre del pueblo está bastante claro para todo aquel que lo haya visitado. El origen de la toponimia es debido a la costumbre de todos sus habitantes de ir siempre en pareja, de ir en Bis, En Par, En Dos, así pues el nombre del lugar, originariamente, era BisParDos, que con el paso de los siglos se fue deturpando (tratando de comprenderlo) y evolucionó: BisParDos > VillParDos > Villapardos > Villalpardo.
Si visitan alguna vez el pueblo observen que todo el mundo va en pareja, no hay un solo habitante que camine o haga nada solo. Es un canto al binomio perpetuo.

LA HISTORIA SOBRE LOS BUENÍSIMOS HABITANTES DE VILLALPARDO

Dicen que en Villalpardo los niños y las niñas eran tan buenos que sus padres nunca tenían que regañarles. Se levantaban solos por las mañanas, preparaban sus desayunos, se vestían y lavaban y hacían sus camas y ordenaban sus cuartos antes de ir al colegio. Luego en la escuela todos los deberes estaban hechos, las lecciones aprendidas y la letra siempre limpia. En el recreo jugaban y nunca discutían ni se manchaban y en todo momento eran amables, educados y comprensivos. Era tanta la bondad de los niños y niñas de este pueblo que daba mucha grima. Por eso el alcalde y las asociaciones de vecinos decidieron mandar a los niños y niñas a otros pueblos para que vieran cómo era la infancia en otros lugares, y sobre todo para que aprendieran a ser un poco malos y se mancharan algo, y gritaran, y llevaran la cara sin lavar y los deberes sin hacer al menos un día. Pero los niños y niñas de Villalpardo, aunque recorrieron medio mundo tratando de aprender a ser malos, no lo consiguieron, volvieron a su pueblo, a sus casas, a sus calles, y seguían siendo buenísimos. Aun así a veces intentaban ser algo malos y de pronto se oía a un niño decirle a otro: ¡calabacín!, y entonces en el recreo se hacía un silencio grande, tenso, que enseguida se resolvía cuando el interpelado contestaba: ¡y tú merluzo! Y ya todos se quedaban muy tranquilos pues alguien había sido malo en el pueblo en ese día.

Y por hoy vale

martes, 28 de septiembre de 2010

Calahorra (La Rioja)

El nombre de Calahorra, dicen los geógrafos romanos Estrabón y Claudio Ptolomeo, proviene de los habitantes del lugar (antes de Roma, se entiende), llamados Kalakorikos, nombre a su vez tomado de la forma arcaica del canto del gallo, pues era este canto del gallo el que proferían los guerreros del lugar cuando avanzaban valientes contra el enemigo.
Lo cierto es que una vez ya romanizado el sitio pasó a llamarse Calagurris, a su vez forma arcaica del canto del gallo latino, según afirma en sus escritos el famoso calagurritano Quintiliano.
Menéndez Pidal y otros afirman que el nombre del lugar nada tiene que ver con el canto del gallo, sino que proviene de lenguas de sustrato vasco, y que podría significar: castillo del pueblo, altura roja, o una suma de ambas: castillo rojo que está en lo alto.
La cosa sin embargo es mucho más sencilla, el nombre del lugar proviene de cala y de horra, es decir, ensenada libre. O sea: lugar donde se podía pescar libremente.
Hasta que se inventaron los cotos, obviamente.
Por hoy vale.

martes, 29 de junio de 2010

Tobarra

La ciudad de Tobarra tiene su origen como tal cuando un miembro adelantado de la corte, amigo del rey, fue agasajado por éste. Me explico, el rey le dijo que en premio por sus destacados servicios le iba a regalar la administración de una villa del lugar que eligiera de las Españas. Este noble (cuyo nombre el tiempo ha olvidado) pidió fuera el lugar que hoy ocupa Tobarra y con un amplio término municipal (para que hubiera buenas tierras y lugares que disfrutar y administrar).
El rey, guasón por demás, le dijo que le daría tan amplio término municipal como pudiera barrer en 24 horas. El noble no se achantó.
El día señalado la Corte en pleno se preparó a ver el espectáculo. El noble barrendero, para no perder el ritmo del barrimiento llevó consigo un grupo de tambores que se lo marcaban. Al cabo del día el noble había barrido 324, 96 kilómetros cuadrados, ahí es nada.
Y ese es el término municipal del lugar, que no es chico.
El nombre, como habrá deducido el lector sabio, proviene de "todo lo que barra" >Toloquebarra > Tolobarra > Tobarra.
Y es también en esta historia donde se da explicación a la afición, tradición y magisterio del tambor en el lugar.
Por hoy vale.

domingo, 13 de junio de 2010

Erustes

Dicen quienes saben de esto que la toponimia de este pueblo proviene de una palabra vasca: irusta, trébol (iru: tres; osto: hojas). Aunque, seamos serios, quizás el sustrato indoeuropeo del término coincida con los vocablos vascos, pero decir que el origen está en una colonia vasca allí ubicada, raro parece.
Es como si Sandro Weltz afirmara que el nombre del lugar se debe a que allí era donde se reunía el dios griego Eros con sus amigos para tomar el té, o varios tés. Así: Eros-te > Erostes > Erustes... Pero a don Sandro no se le pasó por la cabeza esta idea (que si se le hubiera pasado la habría escrito seguro).
Lo cierto es que parece ser que en el lugar no había nada hasta que fue a vivir allí un famoso periodista estadounidense del New York Herald llamado Henry Stanley, famoso por haber encontrado al doctor Livingstone tras un accidentado periplo por el corazón de África.
Lo cierto es que tras la aventura que culminó con la archifamosa pregunta: "Eres usted el doctor Livingstone supongo" todo el mundo le hacía broma y fiesta con la incorrección gramatical del "Eres usted el doctor..." porque o "Es usted" o "Eres tú".
Así que harto de aguantar tanta guasa se retiró del mundanal ruido a este despejado lugar de la provincia de Toledo, y aun así no paraba de encontrar gente (pastores, agricultores, viajantes...) que le decían, "¡Mira, el de Eres usted!"
Y al lugar donde se instaló Stanley pronto se lo conoció como Eres usted, que con poco, ya se ve: Eres usted > Eresusted > Ereusté > Erustes.
Claro como el agua clara.
Y por hoy vale.