domingo, 24 de enero de 2010

Milmarcos

Hace unas cuantas semanas que don Juan Solo habló de este pueblo en su programa, pueblo peculiar porque tradicionalmente lo era de esquiladores que, con el pasar del tiempo y del oficio, habían desarrollado un habla particular, una jerga, denominada migaña, para poder hablar entre ellos sin que los patrones que los contrataban pudieran entender de qué estaban hablando.
Hoy me he empeñado en el estudio del origen de su peculiar nombre: Milmarcos.
Dicen los eruditos y estudiosos que Milmarcos proviene de la existencia en el lugar de una Piedra Miliar, un hito que los romanos ponían en sus calzadas para marcar las distancias, una piedra miliar que tendría un pequeño templete al dios Mars, Marte, dios de la guerra. Así, de Millia Mars habría pasado a Millia Marte > Mil Marcio > Milmarcos.
La propuesta no está mal pensada, pero quien esto escribe ha pasado varios días en el lugar y no ha encontrado ni una piedra miliar ni un templete dedicado a Marte ni nada que se le pareciera. Así pues, si me lo permiten, la descarto por improbable.
Dice Sandro Weltz, pseudoerudito, que el nombre proviene de una historia peculiar. Parece que siglos atrás, cuando empezaba a ponerse Iberia de moda para el turismo, este lugar era uno de los predilectos para los alemanes (aquí venían los hunos, los otros, etc.) y hubo un intento por parte de los germanos por comprar toda la villa por mil marcos para instalar aquí sus urbanizaciones, sus bares con cervezas y salchichas, etc. Pero el intento se frustró (porque a nosotros no se nos compra ni por mil ni por cien mil marcos, decía el alcalde de la época) y los alemanes tuvieron que intentarlo en otros lugares (así fue como se instalaron y colonizaron gran parte de las Baleares y de las Canarias). Desde entonces a los del lugar se les conoce como los de los Mil Marcos.
Una historia curiosa pero sin ninguna prueba que la sustente, como es costumbre entre toda la producción de don Sandro.
Viendo que toda la reflexión sobre la toponimia del lugar es blandengue y resbaladiza, tomé las riendas del asunto y me metí de lleno en harina. Lo primero que hice fue ir a Milmarcos y me senté en su plaza a reflexionar sobre el lugar. Y entonces lo vi claro, diáfano: era tan obvio que me recordó al cuento de "La carta robada", de E. A. Poe. Me levanté y comencé a caminar por el pueblo, por todas sus calles y rincones, comprobando si mi idea era acertada. Y lo fue. El nombre del pueblo es Milmarcos porque si se cuentan todos los marcos de puertas y ventanas suman un total de mil, y si una casa se derruye es porque otra se construye y así, de forma mágica y cabalística, sin que sus habitantes sean conscientes de ello, el nombre del pueblo determina el número de construcciones que lo conforman.
Visto esto tal vez aquí nazca un nuevo tipo de turismo: el turismo toponímico, aquel que invite a ahondar en el origen de los nombres de pueblos y ciudades. Milmarcos podría ser el marco propicio para comenzar estas nuevas rutas, que podrían englobar a lugares como Aveinte (un pueblo de Ávila que por más que se corra no se pasa nunca de 20 kms/h), o Sieteiglesias (otro pueblo de Madrid en el que hay que encontrar las siete iglesias que lo nominan a pesar de que solo se ven seis campanarios), etc.
Por hoy vale.

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