lunes, 7 de junio de 2010

Herencia

A veces las toponimias aparentemente más obvias esconden detrás una compleja complejidad. Este es, indudablemente, el caso de Herencia, en la provincia de Ciudad Real, que da bien para un engaño.
Así pues el indómito (o acaso insólito, o incluso solito) Sandro Weltz asegura que Herencia consigue su nombre al ser una aldea que la Orden de San Juan asume por herencia. Y se queda tan ancho.
La verdad es que detrás del nombre de este pueblo hay una bella historia. Allá vamos.
Había cerca de aquel lugar una hermosa, inteligente y amable dama que un día decidió casarse, y bueno, ya saben los lectores, lectoras, de este blog cómo solía ser antes esto de la selección de candidatos a marido. Una larga fila de pretendientes se agolpaba a las puertas de la casa de la bella dama, pero ella no terminaba de dar con el hombre adecuado: cuando uno era guapo le olía mal la boca, cuando otro era listo estaba lleno de manías, cuando a uno le gustaba pasear resulta que también estaba loco por la caza... en fin, que no terminaba de dar con el perfil que se le ajustara.
Y así fueron pasando los años y la joven hermosa pasó a ser una mujer madura y hermosa, y la fila de pretendientes seguía constante a su puerta. Y el adecuado sin aparecer. Y los años pasando. Y la mujer madura y hermosa pasó a ser una mujer mayor y hermosa, y la fila de pretendientes impertérrita llena de hombres que la pretendían.
Hasta que llegó un momento que la mujer protagonista de esta historia se vio muy mayor y pensó, "caramba, a este paso me muero soltera y entera", y decidió hacer algo resolutivo y definitivo, se quitó la dentadura postiza (que a estas alturas ya la llevaba usando desde hacía unos años) y la lanzó a lo lejos diciendo: "¡el que encuentre mis dientes se casa conmigo!"
Pasada la sorpresa inicial una caterva de candidatos salió en busca de la dentadura postiza. Al poco tiempo uno de ellos, de origen inglés, levantó la mano con media dentadura en ella y gritando "¡her encía!, ¡her encía!" (es decir, su encía, su encía, en un mixto anglohispano). Daba tan grandes voces que por todo el lugar se le oía exclamar su grito de júbilo "¡her encía!" Pero en ese momento otro pretendiente encontró la otra mitad de la dentadura y se inició la discusión, unos decían que el inglés, otros decían que el otro, otros que los dos, otros que ninguno. Para resolver la cuestión se quedaron en el lugar discutiendo pero no hallaban respuesta, así pues el tema se prolongó durante años, y mientras unos hablaban otros acomodaban el sitio para el discurrir de los días: vamos, que se construyeron casas y calles y plazas... y cuando se dieron cuenta allí había un pueblo y dieron en llamarlo HerEncía, por las grandes voces que el pretendiente inglés seguía dando como gran argumento para ser él quien se casara con la bella dama. Y de HerEncía a Herencia un masticar de dientes (postizos o no).
Y por hoy vale.

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