Pero es que además esos sufijos aumentativo-diminutivo refuerzan el poder aglutinador del nombre: en el nombre de este pueblo cabe lo grande y lo pequeño, lo incomprensible y lo cotidiano.
Es este nombre un hallazgo de la filosofía, un toponímico que bien pudiera haber sugerido el mismo Aristóteles que hizo del punto medio una virtud y que bien habría podido condensar su pensamiento en esta palabra única y admirable: Pajaroncillo.
Por hoy vale
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